jueves, 13 de agosto de 2009

Decir lo siento

En mi penosa vida, nunca he abierto un hueco para el odio, sin embargo, lo que más se le asemeja a ese sentimiento es cuando tengo que pronunciar las palabras: lo siento.Cuando digo lo siento, una parte de mi proyecto vital se ha roto, una parte de mi ha ganado contra otra parte de mi, en una guerra fraticida en en la que siempre pierdo yo, me dan escalofríos el error cometido; por todo esto y más, siento odio. Siento odio hacía mi mismo, por haber fallado, por haber defraudado a una buena persona, por ser tan terriblemente torpe, por ser tan estúpidamente cobarde, por ser tan inútil emocionalmente, por tantos defectos adquiridos y heredados. Cuando digo lo siento, me apena de veras y quisiera morirme, en una intento de remediar el daño provocado. Vamos a la escuela, algunos pisamos la facultad y no existe un plan de estudios para desentrañar el complejo mundo de las relaciones humanas, no hay lógica, aunque si una relación causa-efecto que tampoco se puede comparar con alguna ley física, por lo tanto, me encuentro perdido en medio la nada, sin un punto de referencia en el que trazar las coordenadas correctas para alcanzar el umbral de la satisfacción.Cuando digo lo siento, un pellizco de mi corazón se muere por haberlo entregado para la causa injusta, por eso necesito un tiempo para recuperar el pulso necesario. Al mismo tiempo, un trozo de mi alma viaja en el equipaje del dolor y del abatimiento. Cuando digo lo siento, dos ríos de lágrimas se derraman y desembocan en la tristeza y la pena flota entre sus aguas cristalinas y amargas.Cuando digo lo siento me declaro culpable por el delito de lesa amistad y me impongo la soledad como castigo y el trabajo forzado de emborronar cuadernos con buenas intenciones futuras.Cuando digo lo siento, me odio y me encierro en la deseperación, dejando un pequeño orificio para que entre la luz del perdón y la condonación del daño producido, solo de esta manera, puedo levantar el ánimo hasta la próxima vez que diga: lo siento.